"Conforme iban aumentando los centímetros de dilatación, iba conectando con mi energía más primitiva, más natural, más auténtica y real. En ese lapso tan lleno de dolor siempre tuve dos opciones: aplicar mis conocimientos del yoga en la práctica, o dejarme vencer por el intenso dolor..."
Alexandra Badilla
Apenas tenía 1 cm de dilatación y ya sentía dolores fuertes, muy fuertes. ¡Claro! Eran las contracciones que anunciaban el inicio del parto y, a partir de este momento, comenzó un viaje sin retorno a la experiencia más transformadora de mi vida.
Yo quería parir en mi casa, desde mucho antes de quedar embarazada tenía esto claro. Desde la semana 38 esperaba con mucha ilusión el momento de dar a luz; pero Leo, mi bebé, decidió salir en la semana 40+6 días. Ya podrán imaginar la ansiedad que esto generaba en mi familia y en mis amigas, pero gracias al yoga lo acepté y fluí con lo que era. Me sentía tranquila. Confiaba plenamente en la naturaleza de mi cuerpo y en que todo es perfecto así, tal cual.
Las asanas que había practicado durante todo el embarazo me preparaban para parir. Ya entendía cuáles eran las estrategias para generar más espacio en mi pelvis y así facilitar la salida de Leo. El yoga prenatal fue sumamente importante y, además, voy a decir que la terapia con una especialista en piso pélvico es fundamental. Una no sabe cuánto lo necesita hasta que va a la especialista por primera vez. Personalmente, me arrepiento de no haber ido antes.
Conforme iban aumentando los centímetros de dilatación, iba conectando con mi energía más primitiva, más natural, más auténtica y real. En ese lapso tan lleno de dolor siempre tuve dos opciones: aplicar mis conocimientos del yoga en la práctica, o dejarme vencer por el intenso dolor y, con ello, abortar la misión del parto en casa. Sin embargo, aunque esta última era una opción, no llegué a considerarla en ningún momento. Sabía que mi cuerpo era capaz de parir y sabía que Leito iba a encontrar la manera de lograrlo conmigo.
La verdad, no me arrepiento. Fueron 33 horas en labor y, de inicio a fin, cada respiración fue consciente. El pranayama fue clave para entender la expansión de la energía en mi cuerpo, y en esa expansión sonreía a pesar del dolor. Cantaba un “om” en cada contracción con una sonrisa en el rostro. Santosha siempre ha sido de mis niyamas favoritos y, hasta ese momento, el contentamiento nunca había sido tan real. Podría sonar contradictorio, pero sentir el dolor intenso solo me recordaba que la puerta de la vida se estaba abriendo y que, cada vez más, una bendición se asomaba entre mis piernas.
Entonces todo valía la pena.
En fin, mi conocimiento del yoga, recordar estar presente en cada momento y reconocer que mis creencias más profundas estaban generando mi realidad fueron claves. Estos factores fueron los que me dieron más poder a la hora de manifestar el parto que yo soñaba y, qué les puedo decir, ya mi bebé tiene 4 meses. Han sido los mejores meses de mi vida.
Al otro lado del miedo, está el amor. Amor para repetirnos que sí podemos, que somos capaces, que somos merecedoras, mamíferas, suficientes. Esto también lo aprendí del yoga y me ha hecho tanto bien que hoy deseo compartirlo.
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